jueves, 15 de julio de 2021

El llamado del Ministro Zaldívar

 Punto y seguido…

Guillermo Nieto Arreola

 

Las recientes declaraciones del ministro Arturo Zaldívar como presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación son fuertes, pero a la vez alentadoras para una sociedad que lo que espera de los tribunales es justicia. El jurista reconoció lo que pocos han querido entender de las realidades que azotan al sistema de justicia en el país: “corrupción, tráfico de influencias, nepotismo y, una violación constante del derecho de acceso a la justicia de los más pobres de este país”. No es casual, que el ministro en medio de un escándalo jurídico-político en torno a la independencia judicial y la posible postergación de su mandato como presidente de esa Corte, reivindique su discurso con un llamado a los juzgadores del poder judicial federal y, de paso, de los poderes judiciales locales.  

            Reconocer que México necesita tribunales más cercanos a la sociedad para atender la violación a sus derechos humanos, es poner el dedo en la herida más sentida de la sociedad, quien no ha reconocido en ellos la legitimidad que necesitan, por no ser sensibles y no comprender el dolor humano a la hora de aplicar la ley. Este es un llamado fundamental para todos los juzgadores del país. A veces, algunos jueces no entienden el valor central de lo que implica juzgar; no dimensionan que sus resoluciones son un diálogo que se instaura para corregir y respetar los derechos de las personas. Piensan que juzgar es una potestad absoluta y arbitraria, la cual, la aleja del sentido social al que se refirió el ministro Zaldívar.

            México ha vivido más lejanías que cercanías de la justicia con las personas. Se ha olvidado el sentido social de la jurisdicción y ha preferido abrir las puertas a la política, que a la justicia, lo que ha generado durante décadas un distanciamiento social de los mexicanos con su propio sistema jurídico. El ministro Zaldívar tiene razón, y más allá de su activismo judicial con “tufos” políticos (como parte de su propia defensa), reconoce, siente y cree que necesitamos un poder judicial fuerte, más garantista y progresivo en el tema de la protección a los derechos humanos, necesario en tiempos en que la propia democracia lo exige.

Sin embargo, no podemos perder de vista que, si el presidente de la Suprema Corte de Justicia reconoce que hay un vacío en atender con justicia a los más pobres, los más marginados, los desprotegidos y olvidados, es porque existe la urgencia manifiesta de asumir con responsabilidad la tarea jurisdiccional, con una nueva visión que sea causa suficiente para exigir al mismo tiempo imparcialidad e independencia judiciales, ya que de otro modo no se podría. Es decir, las palabras del ministro que llaman a una “justicia transformadora” (sic) para defender los derechos humanos de los más vulnerables, indirectamente están exigiendo la fortaleza de ese poder judicial. No puede haber justicia con dignidad si no existe el respeto de los otros poderes a la labor de juzgar. Es impensable y difícil de concebir en una verdadera democracia.

            A estas palabras no se las puede llevar el viento, porque la labor de juzgar es pan de cada día. La evolución del constitucionalismo moderno nos enseña que ha llegado el momento de que la jurisdicción se vuelva la herramienta más preciada e idónea para exigir el respeto a la dignidad de las personas, pues recordemos que el reconocimiento de los derechos ha tenido más eco en las resoluciones de los tribunales que en la asamblea del legislativo, como se ha demostrado en los últimos años a partir de la reforma constitucional de 2011. Por esa razón, esta variable es la que debe explicar la idea de “justicia transformadora” del ministro, como una armonización con la propia transición política que vive el país.

Es precisamente esa reforma constitucional la que le da un giro al entendimiento del sistema jurídico mexicano, ya que la nueva naturaleza del principio de supremacía constitucional y la utilización de los principios de interpretación conforme y pro persona, han generado retos importantes en la formación de juzgadores en todo el país, que habían estado inmersos en la idea de un estado más legal y de derecho (poco constitucional y menos convencional), por lo que, la existencia del parámetro de control de regularidad constitucional derivado de la contradicción de tesis 293/2011 -cuyo ponente fue el propio Zaldívar-, ha fincado las esperanzas de una impartición de justicia más garantista, justa y de protección de los derechos humanos, tal y como lo exige la citada reforma.

Es así que el llamado del ministro presidente debe permear no sólo en el poder judicial federal, sino también en las entrañas del poder político y de los poderes judiciales locales (en donde se observa una desafortunada dependencia política y económica de los poderes ejecutivos en turno, así como una incipiente intención de defender la independencia judicial). Lograr que la justicia llegue a los lugares más recónditos del país y a los más pobres implica no solo un discurso y compromiso con la labor de juzgar, sino de voluntades políticas reales que no vean en la justicia un eslabón o peldaño de extensión del poder mismo, ignorando realidades y que, por esa razón, se soslayen los deseos de una sociedad con sed de justicia. Cuando entendamos ese mensaje de la sociedad, los tribunales podrán aspirar -entonces- a ser más justos, más respetuosos de los derechos de las personas, más comprometidos con la paridad de género, la transparencia y la imparcialidad, pues la justicia no es un tema político -acaso jurídico-, más bien, de voluntades humanas, lo que representa a veces su mayor problema, y esto lo sabe perfectamente el ministro Zaldívar. Ojalá su llamado se entienda en su justa dimensión.

                                

                                                                                                  Julio de 2021