Guillermo Nieto Arreola
En una
democracia que se construye todos los días, no debería darnos miedo apostarle a
la diferencia y al diálogo ciudadano, porque ello implica la esencia misma de su
conservación. No solo se trata de que un pueblo gobierne, sino que decida quién
lo representa y pueda tener la oportunidad de exigirle cuentas y resultados al
poder político. Este es un requisito sine qua non en toda sociedad que aspira a
vivir respetando las reglas mínimas de acceder al poder (Bobbio), pero también para
que éste se legitime. Un gobierno que desconoce el diálogo va en sentido
contrario de la democracia, porque para decidir, el pueblo necesita interlocución
y ser escuchado a través de puentes de comunicación que garanticen la voz de las
mayorías y minorías ciudadanas. Si en su nombre se decide, hablando por él sin
un sentido de inclusión, entonces estamos pisando las impurezas de la demagogia,
tal y como lo adelantó Aristóteles.
Construir democracia no solo radica en
el respeto a las reglas preestablecidas o el ejercicio del poder bajo el amparo
de la Constitución, ya que cualquier abuso legislativo sería suficiente para violar
las aspiraciones del pueblo que queda indefenso ante semejante “agandalle” en nombre
propio, aún si ello supone actuar en contra de sus derechos fundamentales. Entonces,
Constitución y democracia pueden resultar incompatibles si el poder decide
anteponer sus intereses en nombre de un pueblo que no está exento de equivocarse
a la hora de decidir.
Por
eso el problema va más allá que una simple decisión: el pueblo decide libremente,
pero se somete a otro tipo de voluntad, como bien lo pensaba Rousseau: el
hombre es libre solo en el momento de elegir a sus representantes porque
después queda sometido a la voluntad del gobernante. No es para menos, si creemos
que la única libertad que existe es el respeto a la ley o que el “hombre es un
milagro sin interés”, pero las democracias no son perfectas, corren el riesgo
de tomar caminos equivocados, no porque para ello hayan surgido, sino porque el
pueblo también es partícipe y responsable de sus decisiones, más allá de que no
exista una brújula política que guíe sus aspiraciones.
En ese sinuoso camino de las
decisiones del pueblo, el poder político encuentra un espacio propicio para
hacer lo que le plazca, sin rendir cuentas a nadie, marcando la directriz de lo
que pueden ser años de olvido y desdén a todo sentido democrático con la voz
cantante de la ley y la Constitución en la mano. No podemos soslayar que, a lo
largo de la historia hemos visto estos sinsabores de la relación entre pueblo, democracia
y Constitución; pero la historia enseña poco cuando las alternancias son más necesidades
o remedios caseros para extirpar el abuso del poder, y no son producto de transiciones
políticas venidas de menos a más o construidas desde los deseos ciudadanos por edificar
un Estado constitucional. Ese es otro problema: la irrupción abrupta de una
clase política por el deseo momentáneo del pueblo con sed de democracia, abre
las puertas para un escenario de ejercicio del poder que puede resultar peor
que la enfermedad. A eso se han expuesto los buenos deseos ciudadanos del mundo,
en donde a unos le ha ido bien y a otros muy mal. Es el tiempo el que tiene las
respuestas correctas y, ante ello, no hay deseo que se imponga.
Conjugar las aspiraciones del pueblo, la consolidación de la democracia y la validez de la Constitución es un desafío social, político y jurídico que debe encontrar coincidencias, no divergencias de las cuales el pueblo tenga que arrepentirse a futuro. Si no existe una relación de los deseos ciudadanos con el poder político, la Constitución más que una garantía puede resultar un obstáculo, y eso equivaldría a un distanciamiento social, es decir, a una alteración entre la normalidad y la normatividad que no será suficiente para lograr un Estado constitucional, mucho menos para lograr el bien común o el respeto a los derechos humanos. Habrá que ver si la historia supera aquella idea de Maquiavelo, sobre si “los que han sido elegidos príncipes con el favor popular deban conservar al pueblo como su amigo” y eso les baste para defender la democracia y la Constitución, o de plano los políticos deberán lidiar con el pueblo como “una fiera de múltiples cabezas” (Alexander Pope). Son tiempos de mucha reflexión.
11/08/2022