miércoles, 30 de marzo de 2022

Los sesgos de la democracia

 

Los sesgos de la democracia

Guillermo Nieto Arreola

No es casual que la democracia mexicana haya transitado por diversos episodios, que van desde los más violentos (1910-1913) hasta los cambios constitucionales que crearon instituciones y permitieron el pluralismo y la libertad que hoy disfrutan los ciudadanos (1917, 1977, 2014). No ha sido un recorrido fácil, lo importante en esto es que esa democracia tiene dueño y, en efecto, lo es el ciudadano. Pero ese ciudadano es un ente político y jurídico complejo, porque si bien toma decisiones comunes, no puede actuar ni pensar de la misma forma como lo hacen todos los que participan en ella. Esa es la razón por la que nació la democracia en el siglo V. a.C., porque debíamos encontrar una formula que nos permitiera sumar nuestras voluntades y respetar nuestras diferencias, es decir, como no todos los ciudadanos piensan y actúan igual, fue necesario decidir con el mayor número posible de voluntades para que la “cosa pública” tuviera una lógica de bien común derivada directamente del sentimiento de una mayoría. Así lo hicieron los griegos y así hemos trascendido a lo largo del tiempo con dicha regla, seguimos ejerciendo el voto mayoritario en temas electorales, legislativos, administrativos y judiciales.

            Como podemos ver, los seres humanos tenemos en la democracia la única y exclusiva regla de razón y diferencia para vivir socialmente en paz. No hay otra: es el único espacio en el que las personas podemos ser diferentes y no agredirnos; la única oportunidad del Estado para que el bien común subsista como razón fundamental de la convivencia y, el principal medio de control al poder político. Sin embargo, la democracia también implica que si existe una regla mayoritaria que se impone, ésta debe respetar a las diversas minorías que piensan y actúan diferente. Esta regla curiosa a veces corre sus propios riesgos internos, porque si bien las minorías pueden actuar irresponsablemente frente al poder para intentar paralizarlo (o derrocarlo violentamente), no hay nada como una mayoría también irresponsable que pretenda desconocer las diferencias o las libertades. Aquí es cuando la democracia pierde su sensatez y el Estado entra en un juego peligroso con su pasado, pues da muestras claras de imponer la ley del más fuerte y caer -sin quererlo- en un estado de naturaleza, tocando las puertas de la anarquía.

            En esos laberintos teóricos se ha venido construyendo la democracia mexicana, a veces sin rumbo y otras con objetivos claros que nos permitiera tomar acuerdos para llevarlos al terreno de lo público. Esa es una de las razones por las cuales nuestra transición política ha dependido mucho de las reformas constitucionales electorales, porque entre las minorías y las mayorías siempre ha existido un sesgo de irresponsabilidad que consume los años y coadyuva a tomar decisiones apresuradas que, con el paso del tiempo, las alternancias quieren eliminar. No es por falta de acuerdos, sino por acuerdos inconclusos o incompletos y, a veces, contextuales, sin mayor discusión.

            Las contradicciones en nuestra vida pública, nos hace olvidar que toda construcción democrática debe llevar de la mano nuestras diferencias para que sepamos qué vamos a acordar en el beneficio de las personas y su relación con el poder político. La circunstancia no debe orillarnos a creer en la idea difusa de que el pueblo quiere o impone, porque el pueblo es un mundo de diversidades culturales, políticas, religiosas y sociales. El pueblo puede serlo todo en una democracia que lo representa, menos un ente homogéneo, porque sus integrantes no piensan ni actúan igual. El pueblo va más allá de ser la base de la democracia, porque es más bien la expresión de una pluralidad, llena de diferencias y múltiples deseos.

            La transición democrática mexicana no está para perder el tiempo en experimentar lo que podría ser la antítesis de aquello que la vio crecer; está para consolidar y mejorar los sistemas de participación y representación políticas, sin que ello signifique un pase automático al desacuerdo con base en reglas mayoritarias irresponsables u oportunismos minoritarios, porque eso nos puede conducir a callejones sin salidas que podría implicar una parálisis política que genere una mayor desconfianza ciudadana hacia su propia democracia. Más de lo mismo no puede ser posible para la democracia mexicana que cree en lo que sí ha sido posible.

30 de marzo de 2022