Los sesgos de la democracia
Guillermo Nieto Arreola
No es casual que la democracia mexicana haya transitado por
diversos episodios, que van desde los más violentos (1910-1913) hasta los
cambios constitucionales que crearon instituciones y permitieron el pluralismo
y la libertad que hoy disfrutan los ciudadanos (1917, 1977, 2014). No ha sido
un recorrido fácil, lo importante en esto es que esa democracia tiene dueño y,
en efecto, lo es el ciudadano. Pero ese ciudadano es un ente político y
jurídico complejo, porque si bien toma decisiones comunes, no puede actuar ni
pensar de la misma forma como lo hacen todos los que participan en ella. Esa es
la razón por la que nació la democracia en el siglo V. a.C., porque debíamos
encontrar una formula que nos permitiera sumar nuestras voluntades y respetar
nuestras diferencias, es decir, como no todos los ciudadanos piensan y actúan
igual, fue necesario decidir con el mayor número posible de voluntades para que
la “cosa pública” tuviera una lógica de bien común derivada directamente del
sentimiento de una mayoría. Así lo hicieron los griegos y así hemos trascendido
a lo largo del tiempo con dicha regla, seguimos ejerciendo el voto mayoritario
en temas electorales, legislativos, administrativos y judiciales.
Como podemos ver,
los seres humanos tenemos en la democracia la única y exclusiva regla de
razón y diferencia para vivir socialmente en paz. No hay otra: es el único
espacio en el que las personas podemos ser diferentes y no agredirnos; la única
oportunidad del Estado para que el bien común subsista como razón fundamental
de la convivencia y, el principal medio de control al poder político. Sin
embargo, la democracia también implica que si existe una regla mayoritaria que
se impone, ésta debe respetar a las diversas minorías que piensan y actúan
diferente. Esta regla curiosa a veces corre sus propios riesgos internos,
porque si bien las minorías pueden actuar irresponsablemente frente al poder
para intentar paralizarlo (o derrocarlo violentamente), no hay nada como una
mayoría también irresponsable que pretenda desconocer las diferencias o las
libertades. Aquí es cuando la democracia pierde su sensatez y el Estado entra
en un juego peligroso con su pasado, pues da muestras claras de imponer la ley
del más fuerte y caer -sin quererlo- en un estado de naturaleza, tocando las
puertas de la anarquía.
En esos
laberintos teóricos se ha venido construyendo la democracia mexicana, a veces
sin rumbo y otras con objetivos claros que nos permitiera tomar acuerdos para llevarlos
al terreno de lo público. Esa es una de las razones por las cuales nuestra
transición política ha dependido mucho de las reformas constitucionales
electorales, porque entre las minorías y las mayorías siempre ha existido un sesgo
de irresponsabilidad que consume los años y coadyuva a tomar decisiones apresuradas
que, con el paso del tiempo, las alternancias quieren eliminar. No es por falta
de acuerdos, sino por acuerdos inconclusos o incompletos y, a veces, contextuales,
sin mayor discusión.
Las contradicciones
en nuestra vida pública, nos hace olvidar que toda construcción democrática
debe llevar de la mano nuestras diferencias para que sepamos qué vamos a
acordar en el beneficio de las personas y su relación con el poder político. La
circunstancia no debe orillarnos a creer en la idea difusa de que el pueblo
quiere o impone, porque el pueblo es un mundo de diversidades culturales,
políticas, religiosas y sociales. El pueblo puede serlo todo en una democracia
que lo representa, menos un ente homogéneo, porque sus integrantes no piensan
ni actúan igual. El pueblo va más allá de ser la base de la democracia, porque
es más bien la expresión de una pluralidad, llena de diferencias y múltiples
deseos.
La transición democrática
mexicana no está para perder el tiempo en experimentar lo que podría ser la antítesis
de aquello que la vio crecer; está para consolidar y mejorar los sistemas de participación
y representación políticas, sin que ello signifique un pase automático al
desacuerdo con base en reglas mayoritarias irresponsables u oportunismos
minoritarios, porque eso nos puede conducir a callejones sin salidas que podría
implicar una parálisis política que genere una mayor desconfianza ciudadana
hacia su propia democracia. Más de lo mismo no puede ser posible para la
democracia mexicana que cree en lo que sí ha sido posible.
30 de marzo de 2022
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