Mi solidaridad con el periodismo…
No
puede funcionar plenamente una democracia si no se piensa diferente, porque dicha
diferencia nutre toda posibilidad de fortalecer la “cosa pública”, aunque haya algunos
que no lo entiendan así. Y es que para pensar diferente es indispensable la
libertad de expresión, que a la vez fortalece el derecho a la información de
manera libre, responsable y razonada. Es decir, en el tema de las libertades,
la de pensamiento y de expresión son las que sustentan el debate público, más
allá de las incomodidades o molestias que causen al poder. A mayor libertad,
mayor debate y no a la inversa.
Sin
embargo, estas libertades pueden opacarse por la fuerza o la violencia, venga
de donde venga, lo que, en suma, descompone toda esperanza de una democracia
que en sí misma, debe sustentarse en un debate libre, sin presiones sicológicas
o físicas que impliquen un mal mensaje a la sociedad y genere un rompimiento del
“contrato social” relacionado a nuestra responsabilidad de respetar la libertad
de expresión de los demás.
Cuando
ese proceso de respeto se rompe o -en el peor de los casos- se “mancha” de
sangre, la democracia entra en un impasse, en un camino lleno de vicios que
ponen en entredicho toda legitimidad y saca a la luz la deshumanización del
respeto hacia los valores, exacerbando el ambiente y comunicando desprecio por
la persona humana, pues como bien dijo Liu Xiaobo (Premio Nobel de la Paz en
2010): “la libertad de expresión es la base de los
derechos humanos, la raíz de la naturaleza humana y la madre de la verdad.
Matar la libertad de expresión es insultar los derechos humanos, es reprimir la
naturaleza humana y suprimir la verdad.” En síntesis, es ir en contra de
nuestra propia democracia, porque la libertad de expresión es la matriz, la
condición indispensable de casi cualquier otra forma de libertad (Cardozo, Benjamín).
Tristemente este problema con las libertades no es
nuevo, pues el reciente estudio sobre derechos humanos (Human Rights Watch,
2021) nos muestra que el ejercicio periodístico en México es peligroso y se
encuentra amenazado tanto por el poder público como por los poderes fácticos,
principalmente por la delincuencia organizada dedicada al narcotráfico, equiparando
a nuestro país con países como Siria y Afganistán por el número de periodistas
asesinados, lo que enciende las alarmas para exigir que ningún asesinato quede
impune, que ningún periodista exponga su vida por ejercer su profesión, que nadie
desempeñe su oficio con miedo, que nadie pierda la vida “por la libre”, por
ejercer su libertad. Que el estado asuma su responsabilidad, aunque se tengan que
remover piedras del pasado o del presente.
En toda construcción democrática, por más esperanzadora,
ruidosa o divergente, no debe soslayarse que en la medida en que esa voz de
libertad vaya perdiendo vida, será en la medida en que iremos desgastando la
democracia y con ello, los principios y valores que sustentan un Estado constitucional.
La lucha por conservar las libertades no puede permitir que distintas voces se
apaguen, porque “si nos quitan la libertad de expresión nos quedamos mudos y
silenciosos y nos pueden guiar como ovejas al matadero (George Washington).” Es
momento de tomar en serio las libertades. Que nadie más muera por la libre.
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