martes, 4 de septiembre de 2012

Hacia una neociudadanía


Probablemente algunos de los problemas más significativos en las democracias contemporáneas sean a quiénes se eligen y cómo hacer de los elegidos un gobierno eficiente. Esto radica en la necesidad  de encontrar y diseñar mejores mecanismos de organización, vigilancia y sanción dentro de los sistemas electorales, más aún, si en los tiempos que estamos viviendo, la democracia en América Latina no ha respondido a las exigencias ciudadanas, debido entre otras cosas, a que le hemos colgado preseas falsas que han generado el sentimiento popular en más de un 50% de los ciudadanos latinos dispuestos a sacrificar un gobierno democrático en aras de un progreso real socioeconómico (Informe PNUD). Este enfoque puede darnos una idea del descontento con la democracia, identificada con los malos gobiernos que no han sido capaces de solucionar los problemas que nos aquejan a diario (desempleo, inseguridad, impartición de justicia, nivel de vida, etc.).

Sin embargo, más allá del diseño de reglas mínimas para conformar los cuerpos representativos, la democracia en su acepción liberal, exige una transición social de quienes ejercen los derechos políticos en el Estado; nos referimos al ciudadano, que más allá de ser una célula integradora de la cosa pública, es un factor de conservación o cambio de la estructura estadual y, por ende, del funcionamiento de los gobiernos.

            En la jornada electoral de julio pasado, en la que se eligieron más 2 mil representantes populares, incluido el presidente de la República, el ciudadano manifestó su derecho político del voto y, por consiguiente, ejerció una parte de su derecho de participación. Y es que participar significa “tomar parte”, convertirse uno mismo en parte de una organización que reúne a más de una sola persona. De modo que la participación es siempre un acto social: nadie puede participar de manera exclusiva, privada, para sí mismo. La participación suele ligarse, con propósitos transparentes y casi siempre favorables para quiénes están dispuestos a ofrecer algo de sí mismos en busca de propósitos colectivos. La participación es, en ese sentido, un término grato. La verdadera participación, la que se produce como un acto de voluntad individual en favor de una acción colectiva, descansa en un proceso previo de selección de oportunidades. De este modo, la participación es siempre, a un tiempo, un acto social, colectivo y el producto de una decisión personal.

            Más allá de esta decisión ciudadana de elegir y conformar los poderes públicos, el proceso electoral nos deja algunas lecciones que no debemos soslayar. En primer lugar, entender que la disidencia también es democracia, que no todos compartimos la misma idea de bien común y que, por consiguiente, debemos ser respetuosos de las decisiones de los demás. En segundo lugar, que existen instituciones, conformadas como producto de la evolución propia de nuestro sistema político y, por último, que la violencia no es el camino por ningún motivo para exigir, que el respeto debe ser siempre la bandera del diálogo y la reconciliación. Eso significa ser un buen ciudadano, cuando se entienden y comprenden las complejidades de la democracia, en donde nadie pierde, todos ganan.

Debemos prepararnos para lo que viene, cerrar la página del conflicto, aclarar los actos irregulares, organizarnos y actuar en consecuencia con la nueva conformación de los poderes electos. Por esta razón, se justifica el nacimiento de una corriente alterna en el pensamiento popular que sea corresponsable en la vigilancia gubernamental para sancionar a los gobernantes ineptos. Esto motiva la idea de una neociudadanía capaz de encontrar la fórmula para castigar a quienes abusan de la democracia y en su nombre gobiernan, mienten y ofrecen soluciones vagas. El neociudadano es una necesidad social y política para no regresar al estado de naturaleza hobbesiano y dejar que el Estado pierda su razón de ser al alterarse los niveles de convivencia.

El neociudadano es un ente social y político comprometido con su tiempo y su espacio. Debe ser el artífice de una “oposición responsable”, que no permita los retrocesos y de esta forma, dirigir por buen camino los destinos de la Nación. Hoy la calidad sustantiva de los derechos políticos requiere un sistema electoral que haga efectiva la participación política de los ciudadanos en toda su dimensión, tanto para elegir a sus representantes como para ocupar los puestos de elección popular y vigilarlos. Ergo, las exigencias del ciudadano de hoy no se deben reducir al mero goce de los derechos de votar, ser votado, asociación o afiliación políticas, porque dichos derechos no son suficientes para que el pacto social se conserve. Ante la crisis institucional de falta de cumplimiento de programas de gobierno y el aumento de la impunidad en los titulares de la administración pública, el ciudadano requiere en su esfera de derechos nuevos mecanismos de sanción que le aseguren un mejor funcionamiento al ejercicio institucional y gubernamental. De esta forma, cuando nos referimos al “neociudadano”, nos estamos refiriendo a los nuevos derechos que el ciudadano requiere para la consolidación de la democracia no reducida exclusivamente a los procesos electorales o a las urnas, sino a todo un proceso de responsabilidad y compromiso con la transparencia, la equidad, la justicia y el Estado constitucional. Este proceso electoral que vivimos, es propicio para impulsar desde cualquier ámbito, un neociudadano que responda al verdadero valor que significa “votar” para elegir a sus representantes. Votar, es también vigilar y coparticipar en las decisiones colectivas.

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