jueves, 14 de abril de 2011

El derecho de los que menos pueden.

Guillermo Nieto Arreola
El derecho de las niñas y los niños más que una expresión de la ley, es un requisito moral de la calidad humana que nutre la razón de ser de la organización política. Un Estado constitucional no se concibe sin el reconocimiento de los derechos fundamentales, lo cual probablemente justifique cualquier teoría democrática, sea de la calidad que sea: procedimental, formal, marxista, positivista, consumista, liberal, la que sea. El asunto es sencillo: sin el reconocimiento y respeto de los derechos humanos el Estado pierde su valor; será todo, menos Estado.
Sin embargo, esta expresión también conlleva una proyección cultural, ello como resultado de las costumbres, formas o prácticas en que se han formado las sociedades modernas. Algunas tiene claro que el respeto de sus derechos básicos es un asunto moral o legal, pero que sin el goce de ellos, es muy difícil que el ser humano logre su desarrollo existencial y sea feliz; otras, ven en el reconocimiento de derechos un favor, una patente otorgada con poco alcance o disfrute para los individuos, y que por ello, se le debe guardar obediencia al costo que sea al otorgante, con el riesgo de ser atacados en cualquier momento.
En este contexto se desenvuelven los derechos de los niños (niñas), pero las prácticas dejan mucho qué desear. Pareciera que la sociedad política no se ha dado cuenta que los derechos de los niños ocupan un preocupación y en el mejor de los casos una ocupación en el ámbito internacional, pues como lo establecen la Declaración de los derechos de los niños y la Convención respectiva, sus derechos son inalienables e irrenunciables y los adultos y el poder político mismo deben guardarle respeto y reconocimiento. El problema es que parece que todos se olvidan y los niños no lo saben.
Por ejemplo, dicha declaración consigna que los niños tienen derecho a una familia, pero la sociedad y la clase política todavía no tienen claro qué significado tiene ese concepto: si aquella parte del principio de la conservación de la especie (hombre o mujer) o si se trata de un asunto de cariño, calor de hogar, de qué. Por si fuera poco, los niños tienen derecho a la protección durante los conflictos armados, y en las guerras son los primeros que mueren porque no hay quien los defienda y, más todavía, deben ser protegidos contra cualquier forma de explotación cuando en las calles es un secreto a voces que los mandan a vender cigarrillos o a pedir limosnas a los ojos de todos, haciendo del epicureísmo y la indiferencia una característica del hombre moderno, pues a nadie le importan estos niños, más que los suyos o conocidos.
Los derechos de los niños no deben verse solamente como un triunfo del derecho internacional, sino como una obligación de los Estados miembros por implementar políticas públicas y leyes que privilegien su difusión, respeto e, incluso, sanción a quienes los vulneren, porque tal pareciera que en la actualidad es uno de los grupos más vulnerables, sin derecho a decisión, libertad, recreación, nivel de vida, expectativa de desarrollo, etc. El tema es más un llamado a misa que un mandato coercible, lo que complica el hecho de que las niñas y los niños se sientan respetados.
Si a eso le sumamos que los adultos son quienes deciden por ellos (como ocurrió con el reconocimiento al derecho de adoptar a las parejas del mismo sexo) y se construyen expectativas fundadas en la optimización de otros derechos, con honestidad debemos reconocer que de nada sirve enterarnos que los niños tienen derecho a algo. De esta forma, encontramos que la sociedad misma es quien se encarga de suprimir la expectativa de los niños de este planeta. Esta es la razón por la cual el asunto tiene un alto grado de individualismo y no común o público, porque cada madre o cada padre va a cuidar, alimentar, proteger y construirle un futuro a sus propios hijos, sin importarle que en la calle hayan millones que no tienen siquiera para comer. A ese grado ha llegado la práctica social y se nutre con la ausencia de una política pública que privilegie el derecho de los niños, en donde un tema central en esto lo sea la educación.
El problema se torna alarmante, porque también hay miles de niños sin hogar y sin ninguna esperanza de que algún día cambiarán su condición social a través del estudio. Para darnos una idea del problema, según la UNICEF 200 millones de niños en todo el mundo, viven o trabajan en las calles, lo cual es más que toda la población de Francia y Gran Bretaña juntas. En Sudamérica, al menos 40 millones de niños viven en la calle; en Asia 25 millones; y en toda Europa aproximadamente otros 25 millones de niños y jóvenes viven en las calles. A este paso, en el año 2020, habrá 800 millones de niños en la calle. En Chiapas se estima que unos 100 mil niños en todo el estado no asisten a la escuela porque tienen que ayudar a la economía familiar y en el Distrito Federal existen más de 20 mil niños de la calle. Qué derecho ni qué nada, el problema es mayúsculo. Lo tenemos como un problema silencioso porque se trata del derecho de los que menos pueden frente al derecho de los que más tienen o deciden. En este sentido, discutir este tema conlleva necesariamente la responsabilidad en el actuar y no simplemente la contemplación y exaltación de las superficialidades si es que verdaderamente creemos que la igualdad y la equidad serán algún día el fundamento de una sociedad justa y democrática.

No hay comentarios:

Publicar un comentario