Artículo publicado en diversos medios en el año 2009
Guillermo Nieto Arreola
De las diversas acepciones de política en la doctrina, la que nos ocupa adquiere relevancia en cuanto a sus nulos resultados del gobierno de Felipe Calderón en México: “aquella actividad intelectual y material para el logro de objetivos comunes en beneficio de la sociedad.” Es evidente que la praxis no sólo es a través ni de lo intelectual ni de lo común para resolver los problemas que nos aquejan, sino más bien, la materialización de intereses lo que en décadas anteriores se logró en el país, estancándose ahora en los condicionamientos que la percepción de la política establece por legitimar un gobierno.
A partir de 1988 el país comenzó a sentar las bases para una transición democrática, empero, dicha transición sólo logró sacar al PRI de los “Pinos” en el año 2000 y hoy se encuentra en una etapa crítica donde pone de manifiesto el objetivo por conservar la alternancia al costo que sea. El poder entendido como la facultad que tiene una persona, grupo o institución para lograr que otros hagan lo que desean, marca la gran diferencia entre lo que fue la política y lo que ahora se ha construido. Los problemas pendientes en el país como la reforma de Estado o los mecanismos que permitan lograr verdaderos acuerdos entre todos sus elementos, han sido rebasados por la imperiosa necesidad de obtener poder al costo que sea, incluso, soslayando el desempleo, el nivel de vida y la seguridad pública en México.
Si a esto le sumamos que la división de poderes que vivimos va más allá de su acepción literal y que, por ello, es una realidad donde los sistemas de pesos y contrapesos no los hemos entendido, entonces la política que se practica tiene muchos pendientes por la concepción equivocada de su uso. Los partidos políticos no han sido capaces de frenar la política descomunal del Presidente Calderón en su lucha en contra del narcotráfico, y el poder del Estado cada día se identifica con un totalitarismo que se afana a ser temido en vez de amado. A muchos hoy preocupan las iniciativas del Ejecutivo Federal no solo por su contenido, sino por las posturas que asume, supuestamente en pro de la democracia. Ante esta situación, da la impresión de que unos pocos tienen la razón y nadie es capaz de diseñar un esquema de negociación real que aleje el fantasma de la conservación o logro de poder y se ocupe más del ciudadano.
Estamos partiendo de una premisa equivocada para resolver los problemas, por lo que se ha convertido a la política en una justificante en vez de mejorar la situación del país o, mejor dicho, en vez de enfrentar con madurez lo que la población reclama, como lo es la paz pública y el respeto de los derechos humanos. El desorden institucional cuyo papel de los partidos políticos es fundamental, equivale a pensar que la política no ha resuelto lo que se supone históricamente debe hacer: construir un verdadero estado de constitucional en donde la convivencia social sea el eje central que nos impulse a vivir dignamente. Discutimos más sin ponernos de acuerdo y, lo peor, la demagogia y el oportunismo vuelven a la escena para adueñarse de los espacios vacíos, sumado a que le hemos colgado a la democracia responsabilidades que no puede resolver, verbigracia, la pobreza y el nivel de vida.
La historia ha cambiado la manera de negociar y de tomar acuerdos, logrando que la sociedad cada día crea menos en los partidos políticos y desconfíe de la eficacia de los gobiernos. Al parecer, preocupa más el logro de cotos de poder que el futuro de México y, mientras esto suceda, la transición democrática estará en un “impasse” sin rumbo – desde luego- y sin resultados, donde cada día habrá menos Estado y todo quedará al azar y a las circunstancias generadas por la ausencia de una política seria y llena de objetivos alejados de lo que en un principio fue común y en beneficio de las sociedades modernas. Mientras esto suceda correrá más sangre y estaremos en la zozobra y el temor, gracias a lo que la política del gobierno de la alternancia no ha logrado.
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